DE LA NOSTALGIA AL GRITO DE REBELDÍA
IMPRESIONES SOBRE EL TEATRO, EL TIEMPO, LOS RECUERDOS Y OTRAS VAGUEDADES…
Este texto fue escrito hace casi tres meses, fecha en la que interrumpí las publicaciones. (Mis conversaciones con vosotros, que no con Juana)
Julio Pascual, fundador de Karpas, mi maestro, artífice de todo cuanto soy… ha muerto.
Le debía este tiempo de silencio… y a él lo he dedicado.
¡Seguirá conmigo, como siguen todos los seres queridos!
Con la llegada del calor acuden a mi mente, como cada año, los recuerdos de mis veraneos de infancia en el cortijo extremeño de la familia, que debió ser de mis abuelos… Debía tener no más de diez años; aún no conocía lo que era el Teatro y ya jugaba con mi prima a representar escenitas que nos aprendíamos de memoria.
-¿Vas a la fuente, niña? – A la fuente voy – ¿Tan solita? – Tan solita – ¿Quieres que te acompañe? – No es menester compañía – Vamos y sentémonos juntos debajo de aquella encina».
Este texto, que no he podido olvidar, era de un viejo librito rescatado de los abigarrados estantes del despacho de mi tío Rafael. Creo que era de Gabriel y Galan, pero nunca he querido comprobarlo. El escenario era real ¡la dehesa extreneña! la encina, la fuente, el cántaro… La capilla de la Virgen de La Vega, en la que cada tarde se rezaba el Rosario. La vida era real, auténtica en todos sus aspectos, durante aquellos veranos en los que un niño como yo convocaba al llegar la noche a los hombres del campo para contarles los prodigios del firmamento; tumbados boca arriba, sobre la paja de la era. No podían entender que la tierra fuese redonda y los hombres que vivían del otro lado, boca abajo, no se cayeran sobre las estrellas. «¿Y quien las ha clavado en el cielo?» Llegó a preguntar alguno. ¡Así es muy fácil creer en Dios!.
Creo que nunca he dejado de buscar aquella autenticidad de vida primitiva, en la que no se escarba para buscar respuestas… porque todo está claro. Se comía el pan que se amasaba y se cocía en el propio horno de leña de encina; de las propias encinas de la dehesa. Merendábamos la chacina que elaboraba mi tía Yaya, con otras mujeres, en la matanza de la casa. Y ella sacaba la miel de las abejas propias y hacía el arrope añadiendo trozos de calabaza de la huerta… o aguamiel, después de haber separado la cera con la que fabricaba las velas que alumbrarían en la capilla. Yo conocía a la vaca que había dado la leche que estaba desayunando y mojaba el bollo que había visto como crecía en el horno. Cada año veía en la montanera los cerdos cuyos jamones se curaban en el secadero y nos servían de merienda al año siguiente.
¿Cómo puedes aceptar entonces el pan industrial, congelado y recalentado en los hornos eléctricos de los supermercados?
-Estas justo en la edad de la nostalgia, cariño, cuando pensamos que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero eso pasa enseguida. Luego solo se piensa en presente; en lo que estás haciendo ahora, en este momento, ni siquiera en lo que harás mañana, porque ya has tomado consciencia de que mañana puede no existir.
Juana hace gala muy a menudo de esa sabiduría elemental y sencilla que acumula la experiencia de los años vividos.
– ¡Bueno estaría que la gente estuviera ahora pendiente de amasar su pan!
Crucificado de La Vega, venerado en la misma capilla, esculpido por mi padre, Heliodoro Carcedo, escultor que nunca pudo firmar sus obras por su condición de represaliado político. (Guardo una interesante conversación con Juana sobre el tema que algún día compartiré con vosotros)
Aunque parezca mentira, hoy he descubierto que los periódicos -prensa escrita como se dice ahora- han suprimido las hojas de Teatro. Antes, a la publicación diaria de la cartelera -también hoy prácticamente suprimida- acompañaba una exhaustiva información que incluía artículos, criticas, entrevistas y comentarios. Hoy el Teatro, solo de vez en cuando, se incluye en las páginas de Cultura. ¿Cómo no añorar los tiempos en los que mi actividad -mínima comparada con la actividad general- se hallaba constantemente presente en diarios como Pueblo o Ya por ejemplo?.
Me pasa con el Teatro lo mismo que con aquellos meses de verano.
Hoy los teatros ni siquiera tienen nombre de Teatro. No hay funciones diarias de 7 y 11, obligando a las compañías a medir muy bien la duración de las obras para que el público llegara a tomar el «metro», que cerraba a la una treinta. ¡Y en muchas ocasiones se hacia además una matinal! ¿Cómo va a ser igual ir al Calderón o al Lópe de Vega, que ir al… (léase el nombre comercial de cualquier artículo de consumo).
«¿Quién trabaja?» Preguntaba mi madre mientras se arreglaba -porque entonces se tenía la extraña costumbre de arreglarse uno para ir al Teatro- «¿Qué te apetece?» , le preguntaba a su vez mi padre.
Los teatros estaban especializados cada uno en su género y en cada uno de ellos actuaban las compañías pertinentes. Se iba al Martín cuando el cuerpo te pedía revista, al Lara si querías alta comedia… ¡Todo estaba muy claro! Las compañías eran estables, conocidas. «¿Qué compañía es?» o «¿Quién trabaja?» eran preguntas obligadas que tenían su respuesta exacta e inmediata. Hoy hasta se ponen los actores por orden alfabético. Periquito Pérez -con el mismo tamaño de letra- puede ir siete lineas más arriba que… Julieta Serrano, por ejemplo. ¿Dónde están las Compañías privadas, estables, que esculpían sobre la tierra de los caminos, con el sudor de su frente, la historia diaria del Teatro en una España plural, itinerante, siempre tan difícil? Los grandes, gradisimos, actores y actrices -muy a menudo parejas- se dejaron la piel y el alma por los caminos mas malditos de este país nuestro, hasta llegar a importantes plazas y sobre todo… ¡A Madrid!… ¡Su teatro, el de siempre, su público, el de siempre, les esperaban!
Las compañías de Aurora Redondo y Valeriano León; Enrique Diosdado y Amelia de La Torre; Fernando Guillen y Genma Cuervo; La de Rafael Rivelles, anteriormente Rafael Rivelles y Mª Fernanda Ladrón de Guevara… Y otras que no me dio tiempo a ver, como las de Josefina Díaz y Manuel Collado o Milagros Leal y Salvador Soler Marí…
Siempre tuve la impresión de que había nacido demasiado tarde. No pude conocer a Margarita Xirgu, ni a María Guerrero… A Lola Menbrives pude verla solo en su última actuación en Madrid en el teatro Goya con la obra «El Río se entró en Sevilla» de Calvo Sotelo, en el 59 -todavía era un niño- ¡Qué frustrante sensación de haberte perdido lo mejor!
-¿Te has quedado a gusto?
Juana ha aprovechado en cuanto ha podido para frenarme.
–No; no he terminado. Solo he tomado un poco de aire – le respondo-
Alguien debería darse cuenta de que el Teatro, como cualquier manifestación artística, absolutamente íntima, no puede regularse desde el Estado. Es algo que nace del pueblo y que al pueblo pertenece. No se entiende cómo se puede gravar con tan abusivos impuestos al Teatro privado y luego gastar tan alegremente en el teatro oficial. ¿No será que el «oficial» -que nos venden como «de todos»- pueden manejarlo a su conveniencia y antojo unos cuantos? Es solo una pregunta para la reflexión. Puede que las escuálidas y casi vergonzosas «ayudas» al privado… no les sea suficiente para poder manejarlo ¡¡Se les escapa de las manos!!… Lástima que, falto de recursos, no sepa donde ir y se esté perdiendo en fallidos experimentos.
Ya no existen los grandes de nuestra escena. Han surgido otros, eso es cierto, muy pocos, solamente alguno…
Ya no existe la escuela de los caminos y del trabajo diario… Es una escuela que murió con los últimos maestros y maestras.
También queda alguna de aquellas viejas glorias, que es tratada como reliquia, a la que se le da la oportunidad de un trabajo miserable que -dando una nueva prueba de grandeza- ellos aceptan con admirable dignidad… cuando en muchas ocasiones deberían sentirse ofendidos.
-Ya está bien, cariño ¿Puede saberse que te ocurre hoy?
Lo mismo que ayer… ¡No, no está bien!… El tristemente famoso veintiuno por ciento, no es solamente un abuso; es un arma muy bien calculada , quizá no para asesinar, pero sí con el ánimo de manejar, en ilegal provecho y beneficio, un poder que solo pertenece al pueblo.
Ya el año 1992, con motivo de la entrega de Premios Ciudad de San Sebastian -en la que conseguí un premio para mi «Volver a Plantar Celindas» Buero Vallejo -miembro del jurado- decía:
«El futuro del Teatro pasa por rebajar los impuestos que lo gravan, que haya una verdadera ley para la escena y que podamos rescatar al gran público sin que nos desanimen»
Hace solo unos días escuchaba las mismas quejas en un coloquio organizado por la Fundación Willington. Albert Boadella, Ana Samboal, Veróbica Forqué y todo un auditorio sumándose a una racional protesta… para la que no existen oídos.
Me gustaría saber cuanto recauda la administración por nuestros impuestos (los del teatro) y cuanto revierte en ayudas y subvenciones al Teatro Privado. La diferencua debe ser, más o menos, lo que se gastan en el Teatro Público. Si así fuera, estarían haciendo el Teatro que ellos quieren «el que les conviene» con «nuestro» dinero.
Duele que no dejen que nuestro Teatro sea todo lo grande que merece. Una hormiga se revuelve si se la pisa… y nosotros en lugar de revolvernos nos refugiamos, como las ratas, en los agujeros.
He estado en uno de esos lugares extraños donde se dice que se hace teatro.
-¡Vaya por Dios!
He elegido el que me parecía más extraño de todos; ¿una casa particular, una portería, un garaje?… ¡No! Una antigua casa de citas. Como lo oyes, si. Se llama, precisamente, El Burdel. Me arriesgue aun pensando que saldría hecho polvo, con una depresión de caballo… ¡Pues no! ¡Salí indignado! Tremendamente indignado, Juana. ¿Cómo es posible que tanto talento no goce de oportunidades y tenga poco menos que esconderse en el último agujero imaginable para poder manifestarse? No quise hablar con Dorian, el artífice de todo aquello. Debí felicitarle por ser capaz de picar al elefante con su trompa de mosquito. Lo malo es que el elefante se cree tan grande, es tan prepotente, que finge no darse por enterado ¿Qué otra cosa va a hacer, si le va bien en el machito? Y mientras, tú, a trabajar y a vivir como Dios te dé a entender… El talento es como el Champan, si la botella no se descorcha hay que romperla… ¡El oro está dentro!.. ¡Hay tanto talento enterrado en los agujeros!… Como la función que he disrfutado en «El Burdel»…
En este punto la muerte de mi maestro interrumpió la escritura….Me vi incapaz de continuar… Tenía que decírselo a Juana… y llorar sobre sus rodillas. Me propuse ocultárselo… pero no pude. Al abrir la puerta de la huardilla… me eché a llorar.
Ella me marcó el camino.
-«Emprende algo nuevo, grande, en lo que puedas sumergirte, aislarte y continuar»- me dijo. Así lo hice. Ella misma me recordó una obra de mi autoría que me mantuvo durante mucho tiempo fascinado. Estoy acabando de montarla.
GAVIOTAS DE PUERTO obtuvo el Premio Hermanos Machado de la Ciudad de Sevilla. Es brutal… y estoy deseando compartir con vosotros y con Juana esta nueva experiencia que, tarde tras tarde, nos lleva a la catarsis en los ensayos.
Mañana mismo me pondré a escribir una nueva página. ¡La vida sigue!… Para mí, gracias al Teatro.